Sinopsi
Dar espacio a la voz literaria entre una multitud hostil, lidiar con los demonios internos del escritor público que teme reconocerse, desfigurar la pro¬pia realidad para engrandecerla frente a la del semejante, contribuir a una causa que se considera noble o justa, respaldar dogmas y creencias, atribuir un pasa¬do ilustre a una familia, comunidad o nación para validar determinados privi¬legios, obtener rédito y prestigio o, sin más, hacer de funámbulo en los límites de la inventiva.
Las motivaciones ocultas tras las imposturas y falsificaciones de nues¬tra historia son tan variadas como sus procedimientos. Con el objetivo de abordar estos últimos desde una pers¬pectiva crítica, este libro reúne un conjunto seleccionado de «juegos auto¬riales» desarrollados en el marco de la literatura y la historiografía hispánicas entre los siglos XVI y XIX. Cada uno de ellos se pregunta en última instancia por el lugar de la mentira en nuestra historia cultural, así como por la difícil inter¬sección de sus márgenes con los de la verdad y la ficción.
Lope de Vega, Torres Villarroel, Gregorio Mayans, Cándido María Trigueros, Margarita Hickey, Tomás de Iriarte o Cecilia Böhl, entre otros, integran la nómina de impostores que selecciona este volumen. El estudio de sus trayectorias no se completa sin un acercamiento a los nombres supuestos y personalidades con que multiplica¬ron su voz autorial, dando salida a su propia concepción de qué significa ser autor y respondiendo en muchos casos a los avatares de su tiempo. Annio de Viterbo, Jerónimo Román de la Higuera, Guillén de Casaus o Miguel de Luna son, por su parte, algunos de los falsarios presentados en este mismo tra¬bajo. Se abordan tanto sus obras y las vicisitudes de sus vidas, como la suerte y la utilización de sus escritos anónimos o apócrifos.
Prescindiendo de todo juicio ético, es en las estrategias utilizadas a la hora de ocultar la identidad y en el deve¬nir de las producciones resultantes donde estos estudios fijan su atención. Si los rostros que se esconden nos inte¬resan, más sugestivas se nos presentan las máscaras que los cubren, y tanta importancia concedemos a la mano del que escribe como al guante del que roba.