En un excelente ejercicio de innovación formal, Rocío Collins firma una novela clásica con perfiles psicológicos y guiños a Shakespeare. La acción transcurre en un festival de música
Andrea Toribio 24 OCT 2024 Hasta hace unas semanas, no sabía quiénes eran
Ca7riel y Paco Amoroso. Ahora no puedo vivir sin su música, como tampoco pretendo hacerlo sin la creatividad barroca y hechicera de
Rocío Collins (Madrid, 31 años). Traer a colación a estos argentinos, si me lo permiten ustedes, me allanará el camino para hablar de la escritora y
performer como de ese algo fresco que irrumpe en nuestra domesticidad y nos hace sentir fuera de onda. Sin embargo, la madrileña (como ellos) equilibra la balanza, nos explica con deleite el tiempo confuso y trágico que nos ha tocado habitar a todos sin excepción. Su estilo tiene una plasticidad generosa a la hora de imaginar un mundo en el que existan tantas perspectivas como referencias culturales presentes en el imaginario de las dos protagonistas de su novela, Agnes y Ava, dos personas que no se quieren, sino que “se planetan”.
Éxtasis en una noche de verano es un debut narrativo excelente, también un solsticio literario. De elegir uno, que sea el de verano, valga la redundancia, que tiene el día más largo del año y la noche más corta. Se disfruta más, claro, pero dura menos y eso que son más de 400 hojas de romance.
Los libros que rebasan las 300 páginas pueden ser asideros a la hora de construir una verdad poética, pero no siempre se perciben con buenos ojos, pues despiertan el recelo del cómo lo habrá hecho quien lo ha escrito. Se llega incluso a dudar de la pericia de quien teclea porque ha logrado algo importante: infundir paciencia y el gusto de la espera a otro alguien en un momento en el que no tenemos tiempo para nada. Así que los conmino a que hagan el esfuerzo de lectura. Para una vez que la realidad nos ofrece desembarazarnos del atávico rechazo a lo nuevo, tomen este barco y acepten el pacto de ficción que Rocío Collins plantea seria e inteligentemente.
La autora fija una certeza: la de saber que nuestro horizonte es limitado y hasta entre personas de una misma generación existen abismos que solo podrán resolverse tras una buena charla
Este libro es una llamada atenta a salir de nuestras vidas y a entrar de nuevo en ellas con la mirada limpia. La autora fija en el texto una certeza: la de saber que nuestro horizonte es limitado y que hasta entre personas de una misma generación existen abismos que solo podrán resolverse tras una buena charla, que es lo que es este libro, un palique de lo más agradable. Hay mucho arrojo en plantear hoy día al mercado editorial un
coming-of-age que se viva en dos cuerpos. Así que es de agradecer que prevalezca lo colectivo sobre lo individual aquí y que alguien nos diga que creernos especiales no es un rasgo de identidad.
Nos estamos comiendo con patatas, y sin inmutarnos, una novela decimonónica inglesa ambientada en un festival sin teléfonos móviles y con un montón de árboles alrededor, es un bosque, y con gente muy guapa y muy drogada. Y funciona y no te das cuenta y esa es su victoria y está organizada en cinco actos con varias escenas y de pronto construir así un paisaje y unos personajes que lo experimentan con autenticidad estimula y sorprende sin querer ir de la más moderna o la más, para colmo, erudita, que no hace ninguna falta y a la larga es un peligro y queremos más novelas así.
Collins juega a la innovación formal y lo hace con desenvoltura y sin engañar a nadie. La escritura se percibe como algo lúdico y transversal. Se reformulan desde ella los códigos de la representación contemporánea a través de un conjunto de ideas en absoluto artificiales y tremendamente agudas por lo sofisticado. Por ejemplo, no conformarse con la Granja de los Tordos de
Cumbres borrascosas, sino optar por celebrar el relato en un festival de música, el Athenas Forest. Por ejemplo, no hablar de la masculinidad desde la nueva masculinidad, que es la masculinidad de siempre, Heathcliff. Por ejemplo, emplear nombres y pronombres terminados “e” o en “x” cuando toman la palabra personajes no binarios y aquí es donde se despliegan con hermosura los múltiples homenajes que en la novela tienen lugar alrededor de Shakespeare.
Bajo una confusión de exnovios, neotravestis, Lana del Rey (pero la de
la Met Gala 2024, Sleeping Beauties, con el McQueen de otoño de 2006), lisérgicos y lealtades descubrimos una novela clásica, firme y trabajada donde se nos revela, en plan parodia, que todas las chicas bobas se conocen entre sí, pero que las listas se conocen cada cual a su manera. La protagonista del texto es la pesquisa lingüística y aquí mi máxima preocupación. Esto es lo que se nos da ahora, OK, pero en el futuro, ¿continuará?
Rocío Collins es letal, rápida y traza los perfiles psicológicos de los distintos personajes tan solo hablando de sus canciones favoritas o de sus prendas de ropa, y créanme si les digo que hay unas cuantas personalidades a lo largo de sus páginas. Para escribir, para escribir bien y armar una buena historia, se ha de tener una memoria de elefante.
Yo nunca fui una muchachita shakespeariana o un jovencito Brontë. Pero como dice el dúo
trap y experimental porteño, “la que puede, puede”, y lo cierto es que, ajá, es “muy exclusivo tener tu
flow”, Collins.
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