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Pessoa nunca cerró ni abandonó la escritura firmada por Campos, a diferencia de lo que hizo con la de Caeiro (quien, según la ficticia biografía, habría fallecido enseguida, en 1915) o la de Reis (que se habría exiliado en Brasil en 1919) o la de Soares (que se limitó al memorable Libro del desasosiego); Álvaro de Campos asumió quizá la voz más íntima y personal de Pessoa hasta los últimos días de su vida, y la falta de cierre de su obra fue el tributo que hubo de pagar por ese destino