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Disfrutar de vidrios y cristales en las ventanas, contraventanas, balcones y puertas fue un lujo que pocos hogares pudieron saborear, si bien con el devenir de la centuria mejoró progresivamente. La implantación de vidrieras, compuestas por múltiples piezas, no alcanzó a las categorías más paupérrimas y modestas –en una especie de “pobreza vítrea”–, salvo excepciones muy puntuales. Únicamente los hogares más acomodados, sobre todo de la aristocracia y del clero más encumbrado, pudieron aislarse de las frialdades y de los ruidos del exterior con la colocación de vidrieras, de diferentes calidades y cantidades según el propietario, en función de sus niveles de renta y de fortuna. La disponibilidad de vidrios y cristales es un aspecto singular de la cultura material y del proceso de comercialización de productos y pertrechos a finales del Antiguo Régimen.