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“Todos los hombres son intelectuales”, decía Antonio Gramsci, aunque no todos realicen dicha tarea. La emprenden quienes piensan y difunden sus meditaciones: el filósofo, el artista, el literato se hermanan confundiéndose en una misma figura, la del intelectual. Es un maestro pensador que cree tener opinión sobre los asuntos generales. Por ello la proclama. En España, el intelectual más célebre y también más controvertido de las últimas décadas es Fernando Savater. Filósofo de formación alcanza pronto la celebridad como columnista de distintos medios, entre ellos El País. Fue de izquierdas, progresista, pero ya no. De anarquista (moderado) ha acabado en posiciones muy conservadoras, pasando por la socialdemocracia y el liberalismo. De postular el derribo del Estado llegará a defender el Estado de Derecho, lo que le valdrá la persecución de los etarras. De genio pronto y socarrona inspiración, Fernando Savater cultivará desde joven un estilo hondo y desacomplejado. Esa expresión se agriará conforme fracasen sus apuestas políticas (UPyD, entre otras). La derrota afectará a sus ideas y afeará el estilo, cada vez más bronco y ultrajante, empleado contra sus adversarios. En ese viaje no está solo. Compañeros de generación, intelectuales de postín y políticas en sazón son ahora sus valedores. El intelectual que denunció el clericalismo, el derechismo, es ahora quien con mayor virulencia ataca el feminismo, la izquierda o el ecologismo. Y lo hace con un verbo agraviado. Es difícil escapar del envanecimiento que provoca una gran capacidad de convocatoria: constatar que hay tantos que lo celebran agranda el alma o la trastorna. Con retórica dolida, el intelectual se hace leer y se hace aplaudir como oráculo, quizá engañado por el propio engreimiento.