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Verónica se refugia cada noche en un cuarto sin ventanas. Al otro lado de la puerta, de 07:30 a 21:30, es una marioneta. Al otro lado de esa puerta, la visten, travisten, con un uniforme-camisa de fuerza azul marino, delantal blanco y moño armado por horquillas que la aguijonean sin piedad, in-movilizando su cerebro.
Española de un nuevo siglo donde son otras las que limpian las babas y heces de los ancianos, los culos de los niños, las que dan placer a maridos en polígonos, carreteras y caminos. «ES PA ÑO LA» paladean cada sílaba, «E S P A Ñ O L A», pronuncian cada letra. Pero esta no ha sido siempre la historia de Verónica, la que dice haber sido antes aprendiz de peluquería, vendedora en una tienda de ropa, limpiadora en el aeropuerto.
Verónica rehace el camino que la ha llevado desde el sur de la ciudad a un norte idealizado, que bajo sus jardines oculta un infierno más abrasador que el del desierto madrileño del que procede.